El comentario de hoy… Miércoles 13 de enero de 2016

A lo largo de varios meses, durante las actividades de proselitismo de los aspirantes a las candidaturas al gobierno de Oaxaca, hemos escuchado de recorridos, reuniones, mítines y promesas, muchas promesas. Lo clásico en la política local. Gobernaremos con los mejores hombres, combatiremos la corrupción, no más desvío de recursos, en el gobierno no estarán los mismos y cientos de ofrecimientos más. Y eso que aún no arrancan las campañas de manera formal.

Hoy con profesionistas, mañana con empresarios, pasado con campesinos. El discurso de proselitismo conlleva un mensaje subliminal: convencer a la militancia de un determinado partido, o a los diversos sectores sociales, de que quien habla y promete es la mejor opción. En paralelo, se utilizan los servicios de algunas publicaciones de sociales; de frivolidades y otros, para que los aludidos aspirantes, muestren en las portadas la mejor de las sonrisas y exhibirlas profusamente.

Sin embargo, las promesas incumplidas; los discursos fatuos y la demagogia plasmada en una retórica convincente, ha generado entre la sociedad un justificado desencanto. Hay que ir a la historia inmediata para darse cuenta de que dicho hartazgo no es fortuito. En 2010, las esperanzas de cambio, de acabar con la corrupción y transformar el estado de cosas, le otorgó el bono democrático a la alianza que llevó al triunfo al actual gobierno.

Nada ha ocurrido y sin afán de demeritar los esfuerzos del actual régimen en ese sentido, seguimos igual o peor que en el pasado. La sociedad, el futuro electorado requiere de un discurso realista, llano, apegado a la realidad. Oaxaca no es no el remanso de paz que se dice a veces en los mensajes oficiales ni, mucho menos, la Utopía que nos pintan algunos en sus mensajes partidistas. Es un amasijo de problemas; un crisol de conflictos; un estado enfermo, como alguien lo calificó, pues aquí, en comparación con otro estados del país, todo se logra, como decía Catulo en la antigua Roma: con el chantaje en una mano; la presión en la otra y la cita revolucionaria en los labios.

Nuestro estado requiere de un gobierno que sobre todo restituya el imperio de la ley; el principio de autoridad; el Estado de Derecho. Requiere de una reingeniería en el aspecto político, social, económico. Un Estado fuerte que no soslaye el diálogo y la conciliación; que mantengan el equilibrio y los contrapesos; que haga de la transparencia y la rendición de cuentas –pero en verdad, no ficciones- un ejemplo del buen gobierno. Pero sobre todo, que imprima confianza, credibilidad y certidumbre en la sociedad.

 

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