Opinión 

El comentario de hoy, martes 6 de octubre 2020

La imagen del zócalo de la capital va en franco deterioro. El corazón de la ciudad; uno de nuestros sitios más emblemáticos, ha ido sucumbiendo ante la abulia y el desinterés de las autoridades. Algo que me cuesta trabajo entender es el por qué no se ha acudido a la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, para cuestionar las llamadas medidas cautelares, que protegen a unos cuantos indígenas triquis que, desde 2010, se apropiaron de los pasillos del Palacio de Gobierno.

Hay argumentos suficientes para reubicarlos ante el daño a la imagen de una ciudad, catalogada como Sitio de Monumentos Históricos, por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la UNESCO. La pregunta es, ¿qué se esconde detrás de ese temor, de esa apatía o terror a que una defensa de la ciudad se asuma como violación a los derechos humanos? Pasará otro sexenio, como el anterior, sin que se mueva un dedo para restituirle a los citadinos su Centro Histórico.

Hoy mismo, el zócalo está convertido en un estercolero. El comercio en la vía pública, a pesar de la contingencia por la pandemia, se ha asumido su huésped más distinguido. Inamovible y permanente. Dicen sus dirigentes que ese espacio es del pueblo. Entonces cualquier ciudadano puede llevar sus salas o comedores y vivir ahí. Cualquier hijo de vecino puede asumir como propia la explanada de Catedral o Santo Domingo. ¡Vaya argumento tan burdo!

En años pasados, cuando el magisterio afiliado a la Sección 22 realizaba sus marchas, llevaba como cola a comerciantes en la vía pública. No sólo oaxaqueños, sino de Puebla, la Ciudad de México y otras entidades del país. Cuando instalaban su plantón, también se convertía en un gigantesco tianguis. Y desde el mes de mayo se quedaban hasta las fiestas de julio, aprovechando la afluencia del turismo. Y de ahí para adelante, se fueron quedando. Tomaron carta de naturalización. Lo que sorprende es que esté a la vista de las autoridades tanto estatales como municipales y nadie se compromete para desalojarlos o reubicarlos. Lo usual es que unas le echen la bolita a las otras. Pero ninguna resuelve. Hay que ver el zócalo hoy, hasta parece listo para una verbena popular. Hay incapacidad para darle a ese sitio que hasta los ochenta fue sitio de esparcimiento de las familias de la ciudad, el ancestral lucimiento, a más de tres décadas de que se convirtiera en foro de la eterna protesta, tianguis y alcantarilla con malos olores. Y a ese respecto, no se avizora ni en sueños, que se busque una alternativa. (JPA)

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