Opinión 

El comentario de hoy, martes 28 de abril 2020

El pasado sábado 25 de abril, nuestra capital, Oaxaca, cumplió 488 años de haber sido elevada a la categoría de Ciudad. Fue a partir de la Cédula Real, suscrita por el Rey Carlos V de España, en Medina del Campo, en 1532. La muy insigne y leal Villa de Antequera ha recibido a lo largo de su historia, muchos reconocimientos. En 1950 fue declarada lugar de sitios y monumentos históricos. En 1987, fue reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la UNESCO.

Además de su deterioro natural, como cualquiera de las ciudades patrimonio en el mundo, que enfrentan graves problemas de contaminación y otros, en Oaxaca ha sido evidente la destrucción premeditada. El grafitti, las pintas en las añejas canteras y la falta de una política que preserve el patrimonio histórico, han contribuido a un deterioro progresivo. Sólo hay que ver nuestro Centro Histórico convertido en un gigantesco tianguis, para darnos cuenta del nivel tan deplorable en que se encuentra.

Y observe hoy mismo, haciendo caso omiso a las medidas oficiales para hacer frente a la pandemia de Covid-19, la apertura de puestos sigue. El zócalo puede estar vacío, sin gente, pero ahí están los negocios de la economía informal, de dirigentes e indígenas que lo han tomado como si fuera de su propiedad. ¿Cómo llegamos a esta situación tan lamentable y penosa? ¿Cómo se ha podido tolerar que, desde hace una década, un grupo de no menos de cuarenta personas, de la etnia triqui, bajo el ardid de ser desplazados de su tierra y contar con medidas cautelares de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, se hayan apropiado de los pasillos del palacio de gobierno?

Sin ánimo de descalificar con afán peyorativo a los grupos y organizaciones que se han asentado en dicho espacio, ningún protocolo jurídico, mucho menos de derechos humanos u otros, validan la invasión de un espacio público emblemático. Y ha sido la abulia de las autoridades tanto estatales como locales, lo que ha propiciado esta situación. Simplemente han dejado hacer y dejado pasar. Han preferido que la capital siga dando una pésima imagen a ubicar a cada quien en su lugar.    Algunos análisis de instituciones oficiales ubican a Oaxaca como una entidad en donde prevalece la economía informal. También es cierto que es una de las fuentes de empleo más prolíficas. Pero ello tampoco justifica que sea motivo de invasión de espacios públicos. Es triste reconocerlo, pero para restituir el señorío ancestral de nuestra capital, quienes tienen la decisión para hacerlo, simplemente se han encogido de hombros. (JPA)

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