Opinión 

El comentario de hoy, martes 12 de febrero 2019

La inseguridad que lacera a los citadinos, está abriendo la puerta a formas arcaicas de hacer justicia por propia mano, a veces con excesos mortales. Una de las quejas que recibieron las autoridades estatales hace días, en algunos de los mercados de la capital oaxaqueña, es que están asolados por la delincuencia. El caso del Mercado de Abasto es un capítulo aparte en esta cadena de inseguridad.

Los casos de linchamientos y detención de presuntos delincuentes, se difunden como algo común en las redes sociales. Vimos en vivo lo que ocurrió en Acatlán, Puebla o en un poblado de Hidalgo. Es un espectáculo lleno de sadismo: los verdugos hasta graban los gritos desgarradores y estertores mortales de sus víctimas. La turbamulta cebada como animal de presa en un escenario de sangre y muerte.

Oaxaca es una de las entidades en las que hacerse justicia por propia mano subyace en lo más profundo de los usos y costumbres. Hace dos décadas en Tehuantepec, dos sujetos fueron sacados de la cárcel municipal y quemados vivos. Eran maleantes que antes habían asesinado a un conocido personaje de San Blas Atempa. Hace al menos un par de años, un individuo corrió con una suerte similar en Matatlán, luego de robar en una casa.

En 2018 ocurrió algo semejante con tres sujetos que asaltaron e hirieron a una persona de la tercera edad en Macuilxóchitl, Tlacolula. Fueron llevados al basurero municipal para prenderles fuego. La Policía los rescató demasiado tarde. Murieron por la gravedad de sus heridas en el hospital. Las fotos y videos eran dantescas. Los cuerpos despellejados.

Si bien es cierto que no en esos extremos, la capital también ha sido escenario de amenazas de linchamiento. Hace poco más de un año, en San Martín Mexicapan un hombre fue golpeado hasta ocasionarle la muerte. Y han caído ladrones que son exhibidos, despojados de su ropa y amarrados en postes, como el pasado viernes en el Centro Histórico. ¿Pero qué es lo que subyace en esos afanes criminales de la ciudadanía para hacer justicia por propia mano? En principio es el hartazgo, la falta de atención de las autoridades respecto a la inseguridad y la desconfianza en las instituciones. No existen mecanismos de prevención, ni siquiera de disuasión en la comisión de delitos. Pero hay algo más: un sistema de impartición de justicia, muy benevolente y hasta complaciente. Ello ha inhibido la cultura de la denuncia y ha hecho que en el ciudadano común, como usted o como yo, afloren instintos violentos y hasta criminales. La urgencia de seguridad ha devenido indolencia ante el suplicio de los demás. (JPA)

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