Opinión 

El comentario de hoy, martes 10 de julio de 2018


A más de una semana de la jornada electoral del primero de julio, hay claridad sobre el mapa político del país. México se pintó con los colores del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). En esta transición mutamos de un periodo de partido hegemónico a un entorno político de partido único. MORENA lo es. Sólo hay que ver la composición de las Cámaras de Senadores y Diputados y, sin duda alguna, la del Congreso local, para darnos cuenta que sólo prevalece un partido.

Desde Herodoto hasta los tiempos actuales, la historia sigue siendo un mudo testigo de los tiempos y cuyo juicio es implacable. Hasta el año 2000, el PRI fue un partido único, que en sus orígenes, en 1929, tuvo un Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles. Entonces nació aquel histórico Partido Nacional Revolucionario –PNR-, que luego se transformaría en el Partido de la Revolución Mexicana –PRM- y finalmente en el PRI.

En torno al presidencialismo que vino después, se acuñaron frases célebres como aquella que decía: — ¿Qué hora es? – La que Usted guste señor Presidente. El PRI instrumentó lo que Mario Vargas Llosa calificó como “la dictadura perfecta” y Octavio Paz definió como “el ogro filantrópico”, a aquel gobierno benefactor, a quien le apuraba más la clientela política y mantenerse en el poder, que en realidad hacer algo por los desarrapados mexicanos de la época.

A esa especie de autocracia que nació con el predominio del tricolor y la hegemonía de un presidente de la República sin un contrapeso en el Poder Legislativo, sino una sumisión penosa hacia su figura, el ingenio de don Daniel Cosío Villegas, la calificó como una dictadura sexenal, autoritaria y hereditaria por vía transversal.

Hoy, el mapa político del país pareciera ser el mismo de hace tiempo. Un presidente de la República electo, que si bien tuvo un triunfo indiscutible e irrefutable, con más de 30 millones de votos, dos y tres veces más que su cercanos adversarios, el riesgo de partido único vuelve a asomarse. No se trata de cuestionar o demeritar como lo hizo el fin de semana pasado el EZLN, al considerar que aunque cambiemos de capataz o caporal, el finquero seguirá siendo el mismo, sino de advertir que sólo la madurez política permitirá que no lleguemos a esos niveles de los que el pueblo mexicano abjuró en las elecciones.

Por lo pronto, hay que esperar como dijo Denise Dresser, para convertirse no en los fieles seguidores o fans, sino en acuciosos observadores de que las promesas se cumplan. Todo ello por el bien de los mexicanos y de los millones que esperan que este país ya tenga otra historia y no la misma de los tiempos de corrupción y truculencias. (JPA)

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