Opinión 

El comentario de hoy, jueves 31 de mayo de 2018

En ciertos segmentos de poder hay una gran apatía para resolver o enfrentar los problemas. Por ejemplo, ya hemos abordado en este espacio el problema de la mendicidad y explotación infantil. Organizaciones o padres que envían a sus pequeños a pedir la moneda o el alimento. Personas que a simple vista se ven sanas, mostrando supuestas recetas médicas y con un niño dormido en brazos, para tocarle el corazón a los transeúntes y obtener la anhelada dádiva.

Los hay por todos lados. Su presencia se exacerba en los tianguis citadinos. Es decir, explotan la caridad humana usando a menores de edad que, presumo, está tipificado en el Código de Procedimientos Penales como delito. Es una forma de trata de personas. Sin embargo, las escenas son cotidianas sin que nadie asuma la responsabilidad. Son menores que no van a la escuela y que son sometidos a labores no sólo peligrosas sino poco dignas para quienes apenas empiezan a vivir.

Otro tema que ha sido ya abordado por algunos medios impresos, es el espectáculo tan deprimente que hoy mismo existe en nuestro Centro Histórico, de indigentes y alcohólicos que han hecho del corazón de nuestra capital, su lugar de residencia. Ahí pernoctan, conviven y hasta hacen sus necesidades fisiológicas. El zócalo no sólo muestra su faceta de descuido, sino que además tiene como plus a sus nuevos inquilinos.

¿Cómo se fueron avecindando y quedando ahí? No es difícil saberlo. Los plantones –así sean virtuales- de maestros y normalistas, que se han montado ahí desde hace años, fueron el imán que los atrajo. Al igual que al comercio informal que cada marcha o manifestación arriba en oleadas sucesivas. No sólo los vendedores ocasionales que así ganan un dinero para llevar el pan a casa, sino muchos que se quedan para no moverse.

La mendicidad, la población de indigentes y el comercio en la vía pública, sobre todo en el Centro Histórico, hacen un cóctel nada agradable para las autoridades locales. Pero existe un factor adicional: la protesta eterna de grupos, como es el caso de los triquis, que materialmente se han adueñado de los pasillos del palacio de gobierno, haciendo del mismo, casa, comercio y hotel de paso de la misma etnia.

Es cierto pues, Oaxaca enfrenta un grave problema. No sólo la constante movilización, los bloqueos y atropellos a los derechos civiles, sino la abulia de las autoridades para resolver esos temas que le dan a la capital una pésima imagen. Ya está en puerta el período vacacional de verano y las fiestas de julio. No hay duda que ello será una imagen negativa para el turismo que nos visita. (JPA)

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