Opinión 

El comentario de hoy, jueves 25 de abril, 2019

México es de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, a nivel mundial. Más de cien periodistas han muerto o desaparecido de diez años para acá. La libre expresión está acotada por la intolerancia política, los poderes fácticos y el lenguaje de las armas. Hay casos emblemáticos a los que se les ha hecho mucho ruido; otros, han tenido no más que el silencio. Sólo una nota, un comentario o las denuncias de organizaciones que documentan una por una, las agresiones a medios y periodistas, como la Sociedad Interamericana de Prensa –la SIP-; Artículo 19 o “Reporteros sin Fronteras”, entre otros.

Pero en los últimos meses, se ha puesto de moda el linchamiento en redes sociales, en discursos políticos o en mensajes de amenaza entreverada. Las entrevistas mañaneras del presidente de México, han cristalizado en verdaderos desafíos para quienes ejercemos este oficio en diversas trincheras. “Ya ven cómo les va”, “El pueblo es sabio” o “voy a usar mi derecho de réplica”, entre otros. Se cierran los canales de la crítica, de la exigencia de rendición de cuentas, de los disensos.

En la Declaración de Chapultepec, hace más de dos décadas, la SIP llegó a una conclusión lapidaria: no puede hablarse de democracia en donde se conculca la libertad de expresión. No hay peor látigo para los medios de comunicación que la autocensura. Callar la verdad para no despertar los demonios de la censura y la descalificación, orquestadas desde el poder público. Los medios de comunicación masiva deben entenderse como un contrapeso de los poderes establecidos. Darle voz a quienes no la tienen, producto de empresas socialmente responsables y con un gran compromiso con la sociedad.

Lo que han abundado en estos tiempos son los apelativos: prensa “fifì”, chayoteros, simuladores, momias que guardaron silencio de violaciones a los derechos humanos y otros. Es decir, promover el silencio y la dócil aceptación de una verdad absoluta. Al menos 30 millones de mexicanos dieron con su voto un triunfo arrollador en el proceso electoral de julio de 2018. Es un bono democrático indiscutible que no debe perderse en disputas estériles o confrontando a los propios mexicanos, menos en burdos linchamientos. Hay aún tiempo de rectificar. En lo personal tengo la esperanza de que ese bono democrático bien ganado, no se diluya en diatribas y descalificaciones. Hay que apostarle a la unidad de los mexicanos, un pueblo diezmado por la violencia exacerbada, que no ha cedido sino que se ha incrementado en los últimos meses, con dolor para sectores agraviados de la sociedad. (JPA)

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