Opinión 

El comentario de hoy, jueves 24 de septiembre 2020

La semana pasada, el zócalo de la capital perdió dos de sus huéspedes más distinguido. Dos gigantescos laureles de la India que, cual centenarios guardianes, custodiaban el corazón de la ciudad, se vinieron abajo. Uno tocó tierra justo antes de la ceremonia privada de “El Grito de Independencia”, por la tarde/noche del 15 y, el otro, el pasado jueves 17 de septiembre. El primero, por fortuna, no ocasionó daños personales; el segundo dejó como saldo una persona herida. Ambos se desplomaron como consecuencia de las intensas lluvias.

Hace al menos un mes, otro árbol centenario de la misma especie fue derribado en la Calzada Madero. Hubo opiniones que le etiquetaron un valor histórico adicional, como otros que hemos perdido. Como perdimos también, decenas y decenas de palmeras afectadas por plagas, dejando en avenidas y bulevares citadinos, una imagen de desolación y tristeza. De esos bellos ejemplares, hoy sólo yacen troncos inertes en los camellones, en donde algún día lucieron su esplendor.

No es un secreto que en el casco urbano hay especies añejas, enfermas y contaminadas por plagas. Las hay, asimismo, víctimas del abandono y la abulia oficial. No existe –y no es privativo de la actual administración municipal, sino que viene de lejos- una política que tenga como objetivo la salvaguarda de nuestra riqueza forestal, en la capital y su jurisdicción. En el mismo entorno citadino hay invasión de áreas consideradas de reserva ecológica. Pulmones naturales que nos nutren de oxígeno, como el Cerro de El Fortín, bajo amenaza de la mancha urbana.

Es patética la forma en la que los partidos políticos se reparten las cuotas de poder en los gobiernos locales. No se buscan perfiles, sino el pago de favores. Concejales o directivos de áreas de ecología que no tienen ni remota idea del cargo. Ojalá que con la pérdida de especies que hemos tenido en los últimos días, al menos se contrate a especialistas en el cuidado de nuestros árboles que quedan en pie y la reforestación de las zonas afectadas. Que la caída de los dos laureles en el zócalo sirva, asimismo, para instrumentar una política de mudanza o desalojo de grupos y organizaciones que ahí se han asentado. La prioridad es evitar accidentes mortales. Lo ocurrido en los últimos días fue una primera llamada. Que nadie se lamente después. Además, sólo hay que imaginar un Centro Histórico deforestado y encima de ello, pasillos y corredores ocupados por triquis o dirigentes, con el peligro latente de accidentes, pero que insisten en el pueril argumento de que dichos espacios son del pueblo. (JPA)

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