Opinión 

El comentario de hoy, jueves 18 de octubre 2018

Oaxaca arrastra más de 300 conflictos agrarios. La lucha por la tierra se mantiene por generaciones. Un pedazo seco e improductivo es causa de crímenes entre pueblos vecinos. La civilidad que promueve una buena vecindad a menudo se ve empañada por atentados criminales. En lo que va de la actual administración se han dado dos hechos: en abril de 2017, vecinos de la agencia municipal Santiago Lachivía emboscaron a ciudadanos de San Pedro Mártir Quiechapa. Cinco personas murieron. En julio pasado, comuneros de San Lucas Ixcotepec emboscaron a sus vecinos de Santa María Ecatepec. Trece personas fueron asesinadas.

¿Y qué ha pasado con los autores materiales e intelectuales? Lo desconozco. Ya es parte del imaginario colectivo que después de hechos tan graves como éstos, se les ponga a las comunidades en conflicto, una mesa de diálogo. ¿Y la ley? Vale para un carajo. Llama la atención por ejemplo un conflicto enconado y violento: el traen entre sí dos comunidades. Santo Domingo Yosoñama y San Juan Mixtepec. El odio y el encono no tienen precedente. Hace unos meses, cinco mujeres fueron asesinadas y aún incineradas, entre ellas una menor de edad. Lo que decíamos hace un tiempo. No importa si son mujeres, ancianos o niñas. La muerte del enemigo es lo que cuenta.

Se han dado acuerdos efímeros para lograr la conciliación, pero en el cambio de autoridades hay algunas que no los respetan. Hace al menos un mes se logró una mesa para concertar la paz entre las comunidades de Pueblo Viejo y Pueblo Nuevo, municipio de San Francisco del Mar. La mediadora fue la Secretaría General de Gobierno. Pero los beligerantes nunca están de acuerdo y luchan por echar por tierra el menor intento de buscar la paz.

Se ha dado asimismo la firma de acuerdos de paz y conciliación, sólo para la foto. Pero la cerrazón y la beligerancia prevalecen por la intromisión de actores que ni son de la comunidad ni tienen nada que ver en las mismas, pero instigan a través de membretes u organizaciones sociales. Son los clásicos incendiarios que cuando hay hechos de sangre, tiran la piedra y esconden la mano. Y paradójicamente son los que monopolizan los conflictos para negociar con el gobierno, obviamente, con dinero debajo de la mesa.

No obstante las mesas de diálogo y conciliación se derrumban cuando vienen precedidas de laudos agrarios o sentencias. La gente reclama lo que conforme a derecho le corresponde. Y así, las disputas no terminan, más aún, alentadas por la impunidad y el nulo castigo a quienes han segado las vidas de sus vecinos. (JPA)

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