Opinión 

El comentario de hoy, jueves 17 de septiembre 2020

Históricamente los legisladores federales eran ejes importantes para gestionar obras, recursos, proyectos, para los distritos que representaban. Más aún, en un estado como el nuestro, con grandes carencias y rezagos. Podían subir o no a la más alta tribuna del país, para proponer iniciativas o proyectos de decreto. Eso no importaba. Pese a su bajo perfil, que ha sido, salvo excepciones, nuestro estigma más desafortunado, buscaban la interlocución de los altos funcionarios y conseguían recursos adicionales que aliviaban en parte nuestras grandes necesidades.

Sin embargo, los tiempos cambiaron de manera radical. La mayoría de nuestros representantes que ocupan hoy una curul en la Cámara federal, han asumido penosamente el papel de levanta-dedos, rehenes de las propuestas de su partido o sólo votan para que sepan que están dentro del corral. La improductividad y el desapego con las causas de Oaxaca ha sido el estigma en su paso por el Poder Legislativo.

Hay algunos que en los dos años que llevan de gestión no han propuesto una sola iniciativa, afectados seriamente por un mal incurable: el futurismo político. Ni bien han terminado su gestión como legisladores federales y sueñan con la gubernatura, si no es que enchufarse a como dé lugar de nueva cuenta, es decir, reelegirse, o saltar a la diputación local o a las presidencias municipales. ¿Alguien ha levantado la voz para protestar en contra de los recortes propuestos en el Paquete Económico para 2021, por el gobierno federal, que castiga con una dura reducción de recursos a Oaxaca y sus municipios? Que se sepa, ninguno.

Hay casos patéticos de diputados federales que andan medrando con el cargo que detentan. Las autoridades de Santiago Textitlán, municipio de la Sierra Sur, declararon persona non grata a su representante ante la Cámara federal. El aludido opera más como constructor que legislador. Lo que le interesa es que toda la obra pública le sea asignada a sus constructoras o las que él recomiende. Algo parecido a lo que ocurre en la Legislatura local. El gobierno estatal les ha asignado obras y bancos de materiales, como una gratuita concesión para sus distritos… o más bien, para sus bolsillos. El ejercicio legislativo cada vez se deteriora más. La ignorancia resulta ser a veces sinónimo de voracidad. Nuestra legislatura local, ya lo hemos dicho, ha sido calificada como una de las más onerosas e improductivas del país. De más de 400 millones de pesos anuales que tiene de presupuesto, sin recato alguno puede aprobarse a sí misma ampliaciones que duplican dicha cantidad. ¿Cuál es pues la austeridad republicana que tanto cacareaban al principio, de la que hoy ya ni se acuerdan? (JPA)

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