Opinión 

El comentario de hoy, jueves 1 de noviembre, 2018

Cuando vemos la recurrencia de marchas, bloqueos y las prácticas manidas de chantaje y presión, siempre nos preguntamos: ¿por qué la protesta social se ha exacerbado en Oaxaca, en los últimos tiempos, haciéndose una práctica cotidiana? ¿Cuáles son los móviles que inciden en que haya días que se convierten en un infierno no sólo para quienes vivimos en la capital, sino incluso en algunas regiones del estado, motivado por la permanente inconformidad social?

Solamente los torpes y obtusos, ignoran que gobiernos van y gobiernos vienen y el rezago en educación, salud, vivienda y bienestar en general, continúa. Es más, se ha acentuado. Pero esa protesta perpetua da la idea de que nadie está satisfecho con nada; que hay una tendencia paternalista a obtener todo del gobierno y que el camino fácil es alargar la mano, sin ninguna corresponsabilidad social. Y las pruebas están a la vista.

Grupos, organizaciones, sindicatos y falsos luchadores sociales, han hecho de dichas prácticas su modus vivendi. La cultura del chantaje –como lo hemos comentado en ocasiones anteriores- es aquí en Oaxaca una verdadera industria. Y estoy convencido de que no se da en ninguna parte del país, pese a la existencia de organizaciones sociales, con presencia en varias entidades, y cuya naturaleza es, justamente ésa: pervivir de la dádiva del gobierno.

Según datos oficiales existen en la entidad más de 350 organizaciones sociales. Todas sin excepción, pretenden vivir del erario público con una justificación: abanderar las causas de los pueblos y los pobres; de los indígenas, los derechos humanos y hasta de sus tierras. Y no obstante la pobreza de recursos, insuficientes para atender las prioridades gubernamentales, los dirigentes de aquellas organizaciones exigen y piden; bloquean y chantajean. Es decir, han hecho de esta práctica, también una profesión y un auto de fe.

El gobierno debe también acostumbrarse a decir ¡no!. Porque para salir al paso, los negociadores oficiales, cuya orfandad en este régimen es evidente, ofrecen y ofrecen, pero no cumplen. Y eso exacerba los ánimos de quienes perviven de la dádiva gubernamental. Y es que se acercan tiempos difíciles, de austeridad presupuestal –al menos es lo que ha ofrecido el gobierno de la “Cuarta Transformación”- y recortes laborales; de otro tipo de manejo de los programas sociales; de cero a la corrupción y otros sueños guajiros.

La pregunta es: ¿Cómo mantener a esta casta de vividores que se han cebado por completo en fastidiar a la ciudadanía, para presionar al gobierno estatal y seguir succionando la antes generosa, pero hoy magra ubre presupuestal? Sin duda la ley es el instrumento ideal. (JPA)

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