Opinión 

El comentario de hoy, jueves 6 de julio

Estamos ya en el mes de julio, tiempo de fiesta en Oaxaca. El gobierno estatal y el de la capital, tienen un catálogo de más de cien eventos culturales para que los visitantes del país o el extranjero que llegan a nuestros lares, tengan a mano un sinfín de opciones para elegir la que más les agrade. Oaxaca es, con toda la mala fama que arrastra de ingobernable y problemática, un crisol de expresiones artísticas, culturales, étnicas e históricas.

Desde tiempos inmemoriales el mes de julio tiene un significado especial para los oaxaqueños, particularmente para los citadinos. La celebración de La Guelaguetza, con su consecuente derrama económica –que muchos obtusos se empeñan en torpedear- es una bocanada de aire fresco para miles de ciudadanos que viven del turismo. En 1932, dicha celebración nació con el nombre de “Homenaje Racial” y posteriormente, se convirtió en los Lunes del Cerro.

Obviamente, La Guelaguetza ha tenido mutaciones importantes. En sus orígenes no era un evento para relax del turismo sino para esparcimiento de los propios oaxaqueños. Nadie niega que se haya comercializado y que sus bailes reflejen más bien las expresiones del mestizaje que de la identidad indígena. También es cierto que pese a la existencia de un llamado Comité de Autenticidad, el folklore ha sido rebasado por eventos tediosos y sofocantes como los bautizos, bodas o mayordomías.

Pero tampoco podemos negar que La Guelaguetza es un espectáculo cuyo colorido, diversidad, riqueza cultural y tradición es único en el mundo. ¿No acaso el magisterio que critica todo y asume posturas fascistas en todo lo que concierne a este evento, también hace la propia, con la denominación de Guelaguetza popular? Y es que ciertamente Oaxaca no es sólo Guelaguetza, ni verbena popular, ni calendas o Noche de Rábanos en diciembre. Es mucho más.

Es cultura, monumentos prehispánicos, arquitectura colonial, diversidad lingüística, un mosaico de al menos dieciséis grupos étnicos, gastronomía, un remanso de creación artística, un estado con la mayor biodiversidad en el país y un destino privilegiado en sus playas. Lamentablemente, han sido los mismos oaxaqueños –me refiero a los grupos y organizaciones de siempre- quienes hemos echado por la borda este gran legado.

Hay quienes han llamado a la prudencia, a forjar un gran pacto social, a unir fuerzas para mejorar nuestras condiciones de vida, pero sobre todo, para resarcir a nuestras comunidades dispersas en las montañas y las sierras, y a ese millón y medio de oaxaqueños, de la tragedia del atraso, la marginación y la pobreza. Ojalá que esa idea cuaje en aquellos que con la bandera de la redención social, se han transformado en los peores látigos de la sociedad. (JPA)

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